Todo el mundo sabe que un día en la cama acelera la recuperación y frena la dispersión de los gérmenes en la oficina.
Me desperté una mañana de la semana pasada con todos los síntomas habituales de un desagradable resfriado: dolor de cabeza, congestión, quejas de mi pareja porque me había pasado la noche roncando como un hipopótamo.
Después hice lo que hace todo el mundo que conozco en un día así. Me levanté y me fui a trabajar. Durante el trayecto en Metro, tosí y carraspeé junto a los que iban a mi lado vestidos para pasar el día en la oficina.
Cuando llegué a mi despacho, sin duda cargada de un nuevo suministro de patógenos, en el ambiente solo se escuchaban las conocidas quejas del otoño en Londres. Es lo que el sector de los recursos humanos ha venido en llamar presentismo o acudir al trabajo enfermo. Una serie de investigaciones demuestran que es ridículo y contraproducente, tanto para las empresas como para los trabajadores.
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