Sara todavía tiene fresco en su memoria cuando, hace dos años, se plantó ante un centro de salud llorando. Había salido hace nada del trabajo y, como venía siendo habitual desde hace semanas, no pudo contener las lágrimas tras salir de la oficina. Una mala relación con su jefe, una sensación de frustración con su empleo, nulas expectativas de promoción profesional y una sensación de incertidumbre sobre qué sería de su futuro eran el guiso que llevaba tiempo cociéndose dentro de su cabeza. 

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