Un trabajador sale de su centro de trabajo a las 18.00 horas, tal y como marca el convenio colectivo de la empresa en la que trabaja. Sin embargo, su jornada laboral no ha acabado. En las siguientes horas puede recibir varios mensajes en los distintos dispositivos móviles en los que su compañía le puede localizar. Le pueden pedir un informe que no ha terminado, actualizar un listado de clientes, preparar la reunión de la mañana siguiente. En la sociedad hiperconectada de los países desarrollados, vivir al margen de la empresa se ha convertido en una utopía.

El primer país que ha tratado de establecer límites a esas situaciones fue Francia. Desde el 1 de enero de 2017, una nueva ley obliga a las compañías con más de 50 empleados a negociar el derecho a la desconexión, lo que significa el derecho a no responder a los mails o a los mensajes profesionales fuera del horario de trabajo. Un proyecto que se ha quedado descafeinado en la medida en la que no establece ninguna obligación, con lo que probablemente la desconexión digital quedará limitado a un código de buenas prácticas. Antes de esa fecha ya hubo algunas multinacionales galas, como Michelín, que establecieron sistemas de alerta cuando un trabajador se conectaba más de cinco veces fuera de su jornada laboral.

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