La ampliación de los ERTE hasta el 30 de septiembre ha dejado un sabor agridulce entre los hoteles, bares y restaurantes, que suman uno de cada tres trabajadores cuyo empleo está suspendido. Dulce porque les aporta un balón de oxígeno para tratar de salvar una temporada alta en el que los niveles de ocupación no llegan ni a un 30% y agrio porque el nuevo esquema no responde a ninguna de las dos líneas rojas que se había planteado el sector: que los ERTE se extendieran hasta el 31 de diciembre y que fueran flexibles para poder sacar y devolver a los trabajadores en función de una demanda muy oscilante en medio de la pandemia.
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